Casas de judíos en ÚbedaCasas judías en el casco antiguo de Úbeda

 

El descubrimiento de la Sinagoga del Agua, abierta al público en el año 2010, arroja nuevas luces sobre la historia de los judíos en Úbeda. La judería de la ciudad estaba situada en las proximidades de la colegiata de Santa María, junto a la antigua muralla, donde se abría una puerta que daba acceso al barrio sefardita. Sin embargo, la Sinagoga del Agua demuestra que la antigua comunidad hebrea excedía estos límites, y que es mucho mayor y más importante de lo que se pensaba.

 

Plano antiguo de la ciudad de Úbeda donde se localiza el barrio judíoLa ciudad de Úbeda y su recinto amurallado en la antigüedad

Un poco de historia

En principio, la judería de Úbeda es un barrio seguro. Protegido por los gobernantes de turno de la ciudad que obtienen múltiples servicios de quienes lo habitan. Aunque, la mayor parte de los judíos de Úbeda son agricultores. Sin embargo, esta situación cambia en el siglo XIII, tras la conquista castellana. El número de judíos aumenta en la ciudad, y se ven sometidos a leyes discriminatorias que les prohíben, por ejemplo, tener esclavos cristianos, o tener la tierra en propiedad. Se ven obligados, así, a buscarse la vida en actividades como el comercio, la artesanía, la recaudación de rentas o los préstamos. No obstante, la convivencia transcurre sin graves incidentes durante un tiempo, como lo demuestran los fueros de Baeza, Úbeda e Iznatoraf. Pero, la chispa de la intolerancia termina por estallar y, en el año 1391, comienza la diáspora de los sefarditas de Úbeda, perseguidos por la ola antisemita que recorrió todo el país en el siglo XIV. A partir de entonces la vida de un judío en Úbeda no será nada fácil.

Casa judía en el barrio antiguo de ÚbedaCasa judía en el casco antiguo de Úbeda

Ejemplo de ello es lo sucedido a Fernando de Santisteban, judío y mercader de Úbeda. Según documentos del Archivo Histórico de la ciudad, es condenado por el Santo Oficio en el año 1482 a cárcel y confiscación de bienes, por hereje. Los judíos que gozan de cierta holgura económica, como es el caso de Fernando de Santisteban, son el blanco perfecto para las diabólicas maquinaciones de la entonces todopoderosa Inquisición.

 

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